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La peor tragedia en el fútbol: muerte e impunidad


328 personas fallecieron aquel 24 de mayo de 1954.


Perú y Argentina se enfrentaban en el Estadio Nacional de Lima por el torneo clasificatorio a los Juegos Olímpicos de 1964. Ambas selecciones eran sub 23 y en aquella formación peruana figuraba un emergente Héctor Chumpitaz con 21 años. Argentina lideraba la clasificación y con una victoria aseguraba su presencia en Tokyo. Perú, por su parte, necesitaba la victoria para seguir aspirando a clasificar.


En un partido parejo, los albicelestes se adelantaron en el marcador a los 18’ del segundo tiempo. Perú arremetió e igualó el juego a los 35’, sin embargo, el árbitro uruguayo, Ángel Eduardo Pazos, anuló el tanto. Resulta que Morales, defensa argentino, intentó despejar la bola de su área, pero Víctor “Kiko” Lobatón puso la pierna y la pelota se metió al arco. Se dice que el árbitro iba a cobrar el gol, pero el reclamo exaltado de Perfumo, legendario defensa argentino, hizo retroceder al árbitro en su decisión y cobró una falta inexistente que anuló el gol peruano.


Portada de 'El Gráfico' de Argentina.


La afición se enfureció, pero los desmanes fueron desatados cuando Víctor Vásquez, un barra brava conocido de esa época llamado también “Negro Bomba”, saltó a la cancha para agredir al árbitro. Fue neutralizado por la seguridad pero los demás aficionados siguieron esta actitud.


Algunos afirman que los oficiales soltaron a los perros para morder al aficionado, pero tiempo después Chumpitaz declaró: "La policía no soltó a los perros, pero sí dejó que lo mordieran y que le rompieran la ropa. A la gente no le gustó la manera en que estaban sacando al aficionado de la cancha, los volvió locos“.


Otro hincha se metió al gramado y la policía lo contuvo soltando perros para que lo mordieran. La gente en las tribunas empezó a lanzar botellas, piedras, o cualquier cosa a su alcance ya no solo al árbitro sino también a la policía por reaccionar violentamente. Incendiaron las bancas, en aquel entonces de madera, arrancaron las silletas y las lanzaban. Así que la policía, negligentemente, lanzó bombas lacrimógenas hacia la tribuna.


Diarios al día siguiente de la tragedia.


En aquella época estas bombas eran desconocidas, pues recién se habían traído a Perú. Los espectadores en la tribuna norte entraron en pánico e intentaron salir del estadio, pero se encontraron con varias puertas cerradas, lo que ocasionó la muerte de muchos de ellos por asfixia y aplastamiento.


No todo acabó aquí, pues la gente continuaba enfurecida afuera del estadio e incendió autos, buses, saqueó tiendas, edificios, oficinas, entre otros locales. Ante esta situación la policía disparó y mató a varios ciudadanos descontrolados.


Más tarde las protestas contra la policía llegaron a las puertas de los hospitales, y ya para esto otros manifestantes habían aprovechado la situación para salir a las calles a hacer desmanes, pero el gobierno atribuyó todas estas protestas a los espectadores que anteriormente estuvieron en el estadio.


Posteriormente el “Negro Bomba” fue capturado y el torneo se suspendió dando a Argentina como ganador. Brasil y Perú disputaron un partido en Río de Janeiro para definir al segundo clasificado. Los locales ganaron 4-0.


El "Negro Bomba" siendo atacado por uno de los perros de la policía.


Impunidad


El comandante Jorge de Azambuja, responsable de la seguridad del estadio ese día, declaró luego: “Yo ordené lanzar las bombas lacrimógenas a las tribunas. No puedo asegurar cuántas. Nunca imaginé las nefastas consecuencias”. Azambuja recibió apenas una suspensión de 30 meses, como si lanzar bombas a una tribuna ocupada por hombres, mujeres y niños fuera poco.


El juez Benjamín Castañeda tuvo a su cargo la investigación de los hechos. Años después reveló que el número de víctimas no era el real y que se habían omitido los asesinados por disparos a manos de la policía. El juez señaló al ministro de Gobierno, Juan Languasco como el verdadero responsable de la tragedia, pero éste nunca afrontó cargos en su contra.


Se dice que algunos detenidos fueron obligados a enterrar cadáveres en una fosa común del Callao, pero nunca se confirmó este rumor.


328 personas fallecieron aquella tarde de domingo, como hoy, 24 de mayo, a las que recordamos con tristeza 56 años después por haber sido víctimas de la peor tragedia de la historia del fútbol.



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